Este relato me lo pidió Princesa o Demonio, depende de los ojos a través del correo (y mandada por Jana jaja).
Sé que últimamente no apareces mucho por estos lares y no por voluntad propia, si no por el trabajo (así que tal y como están los tiempos hay que dar gracia de ello incluso y además, se te perdona =P), te lo mandaré también por correo para que tengas más facilidad también para verlo si no puedes por aquí. Pero al igual que el resto, quería que tú regalillo también apareciera por aquí, en una entrada y de camino al igual que el de los demás, ser compartido con el resto.
He visto que es “algo largo”, pero por lo visto se lee bastante bien, por eso no lo he hecho en dos partes.
Espero que tanto a ti, como a los demás, os guste.
Hacía mucho frío, la chica tenía la sensación de estar apunto de la hipotermia, como si estuviera mojada y caminando junto a su madre, pasaron por una de las casas más antiguas que tenía el pueblo.
De esas de antaño, bajitas, con patio y una azotea espaciosa. Le llamó la atención el hecho de que parecía estar reformada y se extrañó, no sólo porque era una de las casas sobre las que se habían forjado más leyendas de todo tipo – desde que en esa casa se había practicado la ouija, hasta que los espíritus de aquellas personas que habían sido llamados, se quedaban allí sin poder salir – muchas veces, nuestra protagonista pensaba que quizás el haber existido un mortuorio justo en frente de la casa, el hospital, la cantidad de personas que habían habitado en aquella casa, que ahora se encontraba al parecer nuevamente ocupada tras años de estar completamente cerrada a cal y canto habían hecho que el populacho inventara aquellas historias para ambientar por ejemplo una buena cena, el que la luz se hubiera ido en ese momento y la luminiscencia de una vela contaran las más temibles leyendas que tanto ayudaban a la sugestión…
Al ver la reja abierta como se encontraba, no lo puedo evitar y se acercó a la puerta. Su madre, la siguió en el más completo silencio.
Vio a alguien que creía recordar pero no sabía de qué.
Entró. Su madre se quedó en la puerta esperando, miraba la fachada de la casa una y otra vez, con cierta melancolía, la mujer alargó una mano hasta la reja y apoyó su frente en una de las barras horizontales, miraba hacia el interior con la mirada perdida en algún rincón de su mente. Alicia , dejó de avanzar por el pasillo para mirar hacía atrás y encogió las cejas, no sabía por qué se encontraba cerrada la cancela ni veía a alguien que pudiera haberla cerrado.
Unos llantos de niño, la sacaron de sus pensamientos. Acudió a la primera habitación que se encontraba a su izquierda, puesto que de allí era de dónde salían los sollozos.
Vio a aquella muchacha, quizás unos seis años mayor que ella y que antes le había llamado tanto la atención, mecía a un pequeño que se encontraba llorando.
Miró a su alrededor, en aquella habitación habría al menos cinco niños diferentes. Se quedó mirándola, la muchacha comenzó a hablar:
- Bienvenida. ¿Te gustan?.
- ¿Perdón? – Alicia, se dio cuenta de que se refería a los niños – sí – dijo acompañando la afirmación con un ligero movimiento de cabeza.
- Pues genial, tú me ayudaras con sus cuidados aquí ahora mismo lo que más hace falta son manos. Como ves, es un nuevo sanatorio.
Pero antes. ¿Qué tal si hacemos la cama de la habitación de al lado?.
Alicia Se encontraba perpleja, quería ir de nuevo hacia la puerta pero aquella muchacha no la dejaba, decía que entre las dos seria divertido y que ella se aburriría menos si tenía compañía. Sin embargo, a Alicia No le hacía tanta gracia, no le gustaba la habitación próxima y había algo que le tiraba hacia atrás, como ese presentimiento extraño que a todos nos entra cuando sabemos que algo va mal y no nos da buena espina.
Al final, acabó por arrastrarla, convenciéndola de que nada malo le pasaría que ella había estado muchas veces allí y no había visto nada.
Entraron. No le gustó demasiado la habitación, era demasiado sombría, apenas entraba luz por la ventana. Miró el cristal… De repente, se estaba haciendo de noche y no le cuadraban las cuentas, era mediodía, no había pasado tanto tiempo allí dentro ni de guasa, ¿por qué estaba oscureciéndose el día?, ¿acabaría lloviendo y por eso se estaba entoldando?.
La chica que acababa de conocer, se estaba cambiando delante de ella la camiseta, era de color negra.
- Tú también.
- ¿Por qué?.
- Porque en esta habitación es necesario.
- ¿Cómo que es necesario? – no sirvió de nada la pregunta, delante de sus ojos ya tenía una camiseta de tirantes que había estado rebuscando la persona que se lo tendía de uno de los muebles más viejos.
Al cogerla, no le gustó su olor, pero no tuvo más remedio que acabar poniéndosela mientras la otra muchacha no le quitaba ojo de encima y le sonreía.
- No te queda nada mal.
- ¿Quién eres?.
- Madre. - dijo de manera solemne .
- ¿Cómo qué madre?.
- Ayúdame, ¿no? – dijo mientras retiraba la sábana de arriba.
Pero ni siquiera le dio tiempo a acercarse, cuando la chica cogió entre sus dedos gomas del pelo que había allí abajo, a punto de la putrefacción, algunas tenían mechones de pelo de los respectivos dueño.
Le comenzaron a dar arcadas y salió de la habitación como alma que lleva el diablo.
Alicia sin embargo, se quedó allí, mirando perpleja una cama, parecida por lo grande que era a una de matrimonio, pero con el cabezal y el respaldo inclinados hacia delante. Escuchó un golpe seco, escuchó voces, demasiados ruidos…Salió dando pasos hacia atrás de la habitación, una vez en el pasillo, vio la puerta entornada, ni siquiera se dejaba entre ver la cancela de fuera.
Pensó que quizás la hubieran estado cerrando por el cambio climático. Voces nuevas la sobresaltaron. Siguió caminando por el largo pasillo que desembocaba en una cocina espaciosa llena de estantes y cacharros arrumbados en lo alto de la encimera y los fregaderos.
Gritos.
Los siguió.
Salió de la cocina para encontrarse en una especie de descansillo en el que había mil puertas, una chica rubia, apareció ante ella, no sabía quién era, puesto que no había visto otro personal del centro en lo que llevaba en él.
- ¡No puedo salir! – escuchó esta vez más nítidamente - ¡¡Me han encerrado aquí!! , por favor, ¿alguien me oye?. ¡Alicia!, ¡Alicia!. ¡sé que estás ahí!, te he oído llegar.
La interpelada dejó incluso de respirar. Se sobresaltó, no recordaba haberle dicho su nombre a nadie, pero ahora no le importaba tampoco, la angustia que sentía aquella voz, la tenía que aliviar, sea como fuere. Se acercó y por más que tiró del pomo, la puerta no se movió ni un ápice.
La chica rubia que permanecía hasta entonces observándola con un extraño vestido blanco, la ayudó cuando vio que no podía más.
La puerta se abrió. Los gritos cesaron. La chica del vestido blanco que estaba a su derecha, se desvaneció, no sabía dónde se había metido.
“Madre”, salió del baño blanca como la cal, los ojos desencajados y mirándola de arriba abajo, la interrogó.
- ¿Quién eres?. ¿Quién te ha mandado aquí?. ¿Por qué eres capaz de atraerlos?.
- ¿Pero de qué hablas?.
- No quiero que te vayas de aquí, contigo estaremos segura.
- Lo siento, estoy empezando a sentir miedo yo … - empezó a dar pasos hacia atrás pero no la dejó – de verdad, quiero irme de aquí, quiero salir de esta casa , no sé de lo que estás hablando.
- Tú atraes a los buenos. – La puerta del baño se cerró de golpe – ¡corre! – le dijo mientras la cogió de la mano y tiraba de ella hasta tal punto que no le quedó más remedio que correr a ella también.
Cruzaron la puerta de aquel descansillo justo a tiempo, justo detrás de sus talones la puerta se cerró al igual que pasó con la de la cocina.
- ¡¿Cómo te llamas?! – volvió a repetir esta vez gritando, al borde de la desesperación.
Se paro en seco, incluso tanto que la propia Alicia tropezó con ella. Se llevó acto seguido la mano al pecho y muy gustosa y sonriente dijo.
- Madre.
Silencio.
Se quedó allí parada viéndola decir que había que cerrar todas las puertas y ventanas para evitar que “ellos entraran” .
- Los niños – decía.
Alicia comenzó a correr de repente por el pasillo, quería llegar lo antes posible a la puerta y abrirla de par en par, quería volver a ver la calle, quería volver a ver la luz, esa casa cada vez era más oscura, cada vez le gustaba menos, cada vez; se encontraba más atrapada en ella.
Corría, corría con todas sus fuerzas y no sabía cómo podía estar tan lejos ahora la puerta, la consiguió abrir, vio a su madre, su madre corriendo hacia ella.
Se agarró con fuerza a los barrotes de la reja y gritó, gritó todo lo que sus pulmones le permitieron.
- ¡¡Mamá!! , ¡¡Mamá!! , por favor mamá, no me dejes, no me dejes aquí, sácame, sácame.
Alguien puso la mano en la puerta cerrándola de un portazo.
Comenzó a llorar. Mirando aún la puerta. Sin volverse para ver quién la había cerrado de golpe.
Tiró con todas sus fuerzas, la consiguió abrir de nuevo. Ya era tarde. A su derecha había dos entes, no le gustaban para nada, pero por algún motivo se limitaban a mirarla, no le hacían nada más, la miraban con mala cara, como si ella fuera la culpable de algo.
Unas persianas metálicas comenzaron bajar delante de sus narices, por detrás de las rejas a la que volvía a aferrarse hasta hacerse daño en las manos. Sin importarle que estuvieran tan cerca aquellos que con tanta apatía la miraban, con ojos al parecer; de odio.
- ¡¡Mamá!!, ¿dónde estás mamá?, ¡¡no puedo verte!!. – Intentó parar al mismo tiempo la persiana metálica.
La puerta se volvió a cerrar.
La tenían abrazada por la espalda, ese alguien también sollozaba.
- Corta, la persiana, corta.
Se volvió y la cogió por los hombros.
- ¿Por qué has hecho eso?, ahora estaríamos fuera.
- No lo sabía, de verdad que no lo sabía.
“Madre”, resbaló hasta el suelo mientras sollozaba, Alicia Puso la espalda contra la pared, se dejó caer a su lado.
La volvió a mirar, ya no era aquella chica a la que había visto antes, ahora parecía tener mucha más edad, cincuenta aproximadamente para ser exactos.
Le daba igual. Sólo quería salir de allí…
Irina volvió a pasar por aquella casa, cada vez estaba más derruida, evitó pasar por la misma acera, y tuvo buena precaución en pasar por la de en frente.
Iba a hacer un año de la muerte de su hija de 17 en un accidente de tráfico y ella tuvo que morir de la única forma que temía: Ahogándose. Al caer el vehículo por un camino de cabras en muy mal estado que daba al mar.
La había visto, estaba segura de que el rostro de su hija la había llamado en más de una ocasión desde aquella casa, a través de las vidrieras, pero no sabía qué hacía allí.
No sabía tampoco si era cierto, o eran sus ganas de verla. El mortuorio y la casa en frente, le dio escalofríos. Agachó la cabeza y reanudó su paso.
El Master ahora calló, miró a todos los presentes para ver si no habían perdido detalle de todas aquellas circunstancias que había tenido a bien contar antes de comenzar la partida, para facilitarle en lo máximo posibles a aquellos que eran novatillos, el comienzo.
Todos estaban expectantes.
Todos tenían ya sus respectivos papeles en aquella historia de rol.
Todos querían comenzar, el master lo notó.
- ¡Empecemos!.
Anais era la primera en tirar los dados. Sus siete dados de diez caras...
=^.^=
La Octava Alma de Claudia Trescher
Hace 2 días
1 Susurros Lunáticos:
Uf, nena, me vuelven a dar escalofríos con el relatito. Está estupendo, es que parece una pesadilla. Y Anais todavía no lo ha podido leer, pero esta semana que viene, que está de mañanas, ya tendrá tiempo la pobre mía. Le va a encantar.
Te debo un largo correo, voy recuperando fuerzas y mejorando así que en la semana lo tendrás, pobre de ti.
Muchos requetebesitos, mi pequeña gnoa.
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