Si algún día me derrumbo...sé que estaréis ahí,junto a mí...

Tras la larga caminata, el tablero de madera que colgaba a un lado de la puerta que anunciaba '' La tienda del buen hacer'', les daba la bienvenida a un laboratorio que simplemente fabricaba armas para los guardianes del orden de la ciudad. Ésa era la teoría, los que todos pensaba que era la profesión de Orhis... sólo unos pocos -los que más de cerca conocían la existencia de vampiros, licántropos y ángeles caídos entre otras criaturas de las cuáles otras personas tan solamente podían contar ''mitos y leyendas'' que realmente no podían demostrar si eran reales o ficticias-, eran los que sabían la doble afición de alquimista del científico.

Angus, dio sonaras patadas a la puerta, deseando que ésta se abriera para soltar a la vampira en la camilla para que dejara de abatir sus brazos de aquella forma, de ahí que cuando Orhis abrió la puerta no se paró si quiera a darle las buenas noches, entró como si lo fueran persiguiendo las criaturas del averno y reposó el cuerpo en una de las camillas que vio libres, su cara estaba medio demacrada, y Orhis se dijo así mismo; ''Ni pregunto''.

– Necesita sangre – Dijo Angus sin mirar a Orhis.

– A muy bien, ¿y qué quieres que me ponga una catete en el brazo y que ella beba a su gusto?.

Angus le fulminó con la mirada y Orhis se metió en el solar donde Sirthe hacía sus prácticas experimentales a ver si había sobrevivido algún frasco de sangre que tenían para hacer pruebas y tras rebuscar un rato por los estantes; encontró tres, estaba de suerte.

Pensaron seriamente en amarrarla antes de que mordiera a alguno de los presente, pero sabían de antemano que en cuanto se despertara y recobrara fuerzas (más de las que tenía ahora que eso ya era decir), sería en vano cualquier grillete.

Angus, la aguantó como pudo echándola sobre sí para que Orhis tuviera mayor facilidad para darle de beber de los frascos sin que su mano sufriera percance alguno, la vampira olfateo un suave y dulce aroma que embriaga cada parte de su cuerpo tan sólo con recibirla en la entrada del tabique nasal y que la hizo cerrar los ojos como si así pudiera de algún modo apreciar más la esencia de ese olor...
Pero tal como entró en su boca (sangre) la acabó pulverizando por toda la habitación incluida la cara del alquimista que la miraba no esperando esa reacción.

– ¡No quiero sangre humana! - gruñó.

Orhis miró a Angus, tras refregarse una de las mangas por la cara y de nuevo a la no-muerta que tenía ambos iris rojos y se percató de que se encontraba relamiéndose los labios, como un felino los bigotes preparándose para un gran festín.
Angus la agarró lo más fuerte que pudo, casi apunto de estallarle la columna vertebral por el sobresfuerzo que estaba realizando ya que paseaban por toda la habitación mientras engullía Dawa el resto de los dos frascos siguientes, de ahí que el cazador tuviera que hacer de tripas corazón por sujetarla y que no se avalanzara sobre Orhis en busca de más alimento... que ya no había. Y sabía que el próximo recipiente podría ser su amigo.

Cuando Sirthe apareció por el umbral de la puerta dio un paso hacia atrás cuando observó aquello y a los dos hombres medio suplicando ya que parara a una bonita muchacha que se encontraba en medio de ambos, algo de sangre salpicada por algunas partes del laboratorio incluidas las celdas donde se encontraba Sarchk... y se quedó perpleja... al observar como este lamía un poco de esa sangre. Volvió a mirar y se encontraba sentado en el suelo al otro extremo... no era posible... ¿o sí?.

– No la mates - escuchó decir a Orhis mientras veía como la vampira se soltaba de un tirón de las manos de Angus.

– No pienso hacerlo – dijo medio soltando un bufido sin mirarle siquiera y caminando en dirección a la muchacha y puesto que estaba más tranquila y sosegada le permitió a Dawa dibujar una sonrisa en su rostro.

Le tendió una mano a Sirthe, quién se encontraba temblando pero no precisamente a causa del frío y sin atreverse a entrar, se relajó y no supo ni siquiera por qué, no le parecía como el resto ahora en aquel estado de ''paz'', medio torció el gesto y le dio la mano... sintió un tacto helado, apunto de la congelación pero no era desagradable del todo por increíble que pudiera parecer. De ésta forma consiguió que la niña entrara y cerrar la puerta de la escuela sumiéndola de nuevo en la clandestinidad nocturna.